Todo cuanto es identitario es nuestro
Todo cuanto es identitario es nuestro
Durante mucho tiempo nos hemos llamado nacionalistas. El término nos gustaba. Además, rimaba con el de activistas (lo cual inquietaba al burgués). Resonaba como un desafío, frente a nuestros enemigos a los que designábamos con un término simplificador: los “bolches”. Mas también, es necesario decirlo con claridad, porque «nacionalistas» marcaba la diferencia con «nacionales», esos “vientres blandengues” siempre prestos al compromiso –es decir al acomodo– con un Sistema que nosotros, por nuestra parte, queríamos abatir.
Y todavía seguimos queriendo, evidentemente, abatirlo. Mas el tercio ha cambiado. El término «nacionalistas», más allá del vínculo sentimental que nosotros le otorgamos con relación a nosotros mismos, está objetivamente ligado al fin de un mundo –el de los Estados-naciones, heredados del Siglo XIX–. A pesar de que ciertos nostálgicos, para quienes aún pervive las más de las veces determinada simpatía, intentan todavía mantener la ilusión y muestran su creencia en que las naciones tienen un futuro. Jugando por otra parte con la confusión entre pueblos y naciones.
Nosotros que queremos la Europa de los pueblos, creemos en el futuro de los pueblos. Sabemos que la necesidad de pertenencia y enraizamiento que anida en todo individuo normalmente constituido encuentra respuesta en esas comunidades orgánicas que son los pueblos. Y que la solidaridad natural, espontánea, que rebuscan en la jungla liberal los individuos se expresa a través y dentro de las comunidades étnicas, portadoras de identidad. Y si los europeos lo dudan, no tienen más que mirar alrededor de ellos mismos, en las ciudades llamadas “sensibles” (o “difíciles”..., o “con problemas”..., etc...): las comunidades alógenas nos dan el mejor de los ejemplos. En ellas la identidad es vivida espontáneamente: se hace piña contra los galos (1).
No renegamos, en absoluto, de los tiempos de la lucha nacionalista. Había que hacerla, por necesidad. La hicimos. Mas por otro lado comprendimos rápidamente –¿Acaso no es cierto, viejos camaradas de Europe Action?– que el verdadero combate se situaba sobre la escala de Europa y no sobre la línea azul de los Vosgos (o la nevada cordillera de los Pirineos). La misma Europa trágicamente desangrada durante el Siglo XX por dos guerras criminalmente fratricidas, para el mayor de los provechos del imperialismo capitalista yankee, que es quien, a fin de cuentas, se ha llevado las castañas del fuego.
Guardemos en el corazón, con respeto y afecto, ese término de «nacionalistas» que fue nuestro estandarte. Mas el deber de lucidez que debe guiar a todo buen combatiente nos conduce a guardarlo en el estante de los recuerdos. Pues, no en vano, las palabras son armas. De ahí que deben ser escogidas con sumo cuidado, a fin de obtener la mejor eficacia en el combate. Y la conclusión es simple, evidente: el envite identitario es la clave de los grandes conflictos contemporáneos, en el marco del choque de las civilizaciones. Por ello, consecuentemente, nosotros somos combatientes identitarios europeos.
Pierre Vial
(1) Galos en Francia, y cualquier pueblo autóctono en el resto de Europa.
[Traducción y adaptación a cargo de Enrique Bisbal~Rossell. El texto precedente corresponde al editorial de Pierre Vial para el número 11, del equinoccio de primavera de 2002, de la revista Terre et Peuple. La Revue]
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